viernes, 23 de marzo de 2007

Del Cajón de la Gabi: Escritoras 1


Sobre Complot, de Perla Suez
Grupo Editorial Norma, Buenos Aires 2004

Por Ana María Shua

Cuando uno escribe su primer libro, no tiene más que lanzarse hacia adelante. No es que sea fácil, nunca lo es, pero tiene sus ventajas poder avanzar en una sola dirección, sin transportar ninguna carga. Complot es la tercera novela de Perla Suez. Una tercera novela se escribe, en cierto modo, en contra de las dos anteriores. Si esas novelas anteriores, además, son dos libros de alta calidad literaria, como Letargo y El arresto, peor todavía. Hay que llevarlos encima, pesan mucho, el camino se compone de avances y retrocesos. Cuando Perla Suez se animó a escribir Complot, sabía que ya no le alcanzaba con escribir bien. Tenía que lograr un equilibrio complejo, inestable, entre la necesidad de ser fiel a sí misma y la de no repetirse, tenía que aceptar la comparación inevitable, la dura competencia con la más destructiva de sus rivales, esa maldita que escribió esos dos libros tan buenos ¿cómo se le habrán ocurrido?. Y lo cierto es que si Complot fuera solamente un buen libro, quizás no sería suficiente para soportar la comparación. Por suerte, es bastante más que eso.
Perla Suez nos está contando. Está contando al país y en especial a cierta zona del litoral. Por algo su tres libros van a ser publicados en Estados Unidos con el título de "The Entre Rios Trilogy". No se trata de una continuación, Complot no continúa nada. Su función es articularse con las otras dos historias en un tríptico que dibuja una época, un lugar, un cierto entorno humano. Uso deliberadamente la palabra "dibuja" porque los libros de Perla Suez no ilustran nada. Sus trazos son demasiado profundos para eso, se hincan en los personajes, los muestran desde afuera y desde adentro, en sus esperanzas, en sus dolores, en su carne.
Complot es una historia de carne, como la historia argentina. Está ubicada en los años treinta, la época en que, unidos por relaciones carnales, los ferrocarriles y los frigoríficos están cambiando la faz de la tierra, de esta tierra. Es una historia en que la pasión, el dinero y el crimen tejen una urdimbre que una mano menos firme que la Perla Suez podría haber convertido en un melodrama. En cambio, la señora Suez se apodera del interés del lector con recursos tanto más sutiles, lo lleva adonde se le da la gana con tanta delicadeza que uno termina por preguntarse qué está haciendo allí, en el final de ese libro cuyo placer hubiera querido prolongar.
Es que cuando uno lee a Perla Suez, no se puede dar el lujo de elegir mucho. Una vez que cualquiera de ustedes haya empezado Complot, no le quedará más remedio que terminarlo de una sentada. Como sus personajes en esa escena magnífica de la pesca del dorado, Suez nos clava con un doble cañazo violento. ¿Cómo lo hace? Vale la pena tratar de darse cuenta. Parte del secreto está no en lo que hace con su escritura, sino en lo que NO hace. Todo en Complot es contenido. En la fiesta de inauguración del frigorífico, hasta los ingleses se desabrochan el botón del cuello de la camisa. Pero Suez no se desabrocha nada, nunca. Sostiene la tensión sin aflojar un ni una frase, evita todo desborde, es capaz de mantener un grado de extrema violencia corriendo por su cauce sin que una sola gota se desborde.
Los diálogos son secos, rigurosos y sin embargo en las pocas palabras que dice cada uno de los personajes se oculta siempre más de un significado. Con un profundo conocimiento del habla de nuestro campo, la autora hace decir a sus personajes mucho más de lo expresan en voz alta. Pocas palabras, todo el sentido, pura entrelínea, así son esos diálogos parcos, cargados de tensión subterránea.
Dos trazos le alcanzan para delimitar el paisaje y no son trazos al azar. Los árboles que se inclinan como hombres en movimiento, el cabrilleo del sol en el agua del río Uruguay, que el calor vuelve vidriosa, apenas un par de frases seguras y bien elegidas acanzan para tansportarnos a un lugar asombrosamente preciso. Los movimientos de los personajes, sus acciones, se describen con una economía de recursos tal que por momento se perciben como indicaciones escénicas. Y eso son. Muchos momentos de esta novela tienen una intensidad dramática que me hace pensar en la capacidad de la autora como dramaturga, que debería poner en práctica. Colocado en el lugar del espectador, el lector es invitado a presenciar duelos de miradas, de gestos y de palabras que no dicen lo que los personajes piensan sino lo que es necesario.
Complot tiene dos voces narrativas. Un narrador omnisciente y otro que todo lo ignora. Es muy interesante la forma en que maneja Suez a esa voz narrativa que lo sabe todo, pero que no se jacta. Como Súperman tratando de fingir que es Clark Kent, este narrador omnisciente se maneja casi siempre como una cámara que se limita a registrar lo que se ve, lo que es posible escuchar. De pronto, apenas, por breves instantes, sólo para recordarnos lo que puede, nos muestra, por ejemplo, un relámpago de la memoria de Mr.Broker, el inglés. La otra voz es la de uno de los personajes, la niña, la hija del capataz del judío Bruno Edels. Es importante todo lo que esta chiquita no sabe, porque desde su ignorancia, registra todos los datos que al lector le toca decodificar. A tal punto inocente, que ni siquiera tiene conciencia de la importancia de su papel en el drama que se está desencadenando.
¿Inocente? No tanto. Aquí hay víctimas, pero no hay inocentes. Una de las bellezas de Complot es que todos sus personajes son seres humanos, confusos, complejos, contradictorios. Todos han sufrido, a ninguno su sufrimiento lo redime. Bruno Edels es judío. Podría no serlo. Es un terrateniente rico y duro como cualquiera. No es más bueno, ni más inteligente, ni más generoso que los demás. En la novela, no le toca "trabajar" de judío. Es sólo un hombre más. Creo que no estoy delatando la trama si les digo que le toca morir asesinado: como una muerte anunciada, Suez hace que le disparen un tiro en el pecho en el primer capítulo.
Como si formaran figuras de ballet, arrastrados por su destino trágico, los personajes de la novela van construyendo la historia. De sus movimientos, va surgiendo este texto denso cuyo extremo rigor lo emparenta con la poesía. Complot ha terminado con éxito. Otra vez, en el último capítulo, Bruno Edels está muerto.
Pero Perla Suez está viva. Y queremos que nos escriba otra novela.

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